Lo que me hizo sospechar no fue el hacha. Tampoco el cuchillo. Lo más amenazador era ese "top" dorado, ajustado como el abrazo de una anaconda. Y los tacones de aguja, atalaya desde la que acechar a los pobres incautos que, rendidos a sus pies, ofrecían el cuello y la anatomía entera de víctima a la mirada criminal de la diva.
Un saludo o siete...
viernes, 7 de noviembre de 2008
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1 comentario:
Suele pasar :D De hecho, el hacha y el cuchillo no suelen verse jejeje.
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